viernes, noviembre 17, 2006

Vistas a la Ciudad

CAPÍTULO I: BLANCO Y NEGRO

Ahora estaba allí de pie, en el estrecho balcón de aquel viejo piso del casco antiguo de Barcelona. Con vistas a una pequeña plaza en la que días atrás, durante las obras de renovación que pretendían convertirla en un pequeño jardín, los operarios acababan de desenterrar las ruinas de lo que parecían los muros bajos de las casas de un antiguo poblado íbero o romano, quién sabe. En ese balcón, un geranio que se resisitió a morir durante el invierno era su única compañía en aquel pedazo de sol y brisa.
Acaba de gastarse una pequeña fortuna en el reluciente caballete que tenía delante, en una pequeña cajita llena de tubos aceitosos con los colores del arcoiris, un par de pinceles y una espátula pequeña que aún no tenía muy claro para qué servía.
No había pintado un cuadro en su vida, tan sólo un vago recuerdo de sus años de instituto en los que dibujaba bastante bien le empujaban a esto. Bueno, aquellos recuerdos y el hecho de que la mujer más importante de su vida hubiera salido por la puerta de ese mismo apartamento dos días atrás para no volver jamás. Podía notar el vacío en su interior luchando por salir en forma de lágrimas y litros de ron. Sabía que si lo soltaba tendría que soportarlo, asumirlo, entenderlo. Y no. No estaba dispuesto a ponerlo tan fácil. Así que, aquella misma mañana había caminado hasta una pequeña tienda a pocas calles del balcón en el que se encontraba ahora, y le había pedido a la sonriente muchacha que le atendía detrás del colorido mostrador "todo lo necesario para pintar un Monet". La chica, entre risas, le dijo que tenía varios estuches de óleos a diferentes precios y que si pretendía pintar un nuevo Soleil Levant, tenía algo perfecto para él. Después se decidió por un económico caballete que tenía visos de ser tremendamente inestable, y algunas cosas más que a él le parecieron fácilmente prescindibles pero que la muchacha se negó a separar de su nuevo equipo de "maestro impresionista". Con esas palabras. Le cayó bien.
Estaba corrigiendo los pequeños trazos que había dibujado suavemente a lápiz sobre el lienzo blanco. No se atrevía aún a darle color, evitando así que el cuadro diera su primer latido de vida, evitando que la imagen que aún únicamente existía en su mente empezara a cobrar vida acercándose al lado de la realidad donde se encontraba ahora mismo. Un trazo de azul cielo era un paso de esa imagen hacia ese balcón. Y no, no quería acercarse tan pronto a la realidad. De momento se encontraba cómodo en ese blanco y negro irreal. Confuso. Titubeante. Mirando de reojo al pincel impaciente en su caja.
Se sentía contento, ilusionado con ese nuevo proyecto que tenía delante y a la vez sabía que aquello no le llevaría a ninguna parte. Sin embargo ahora le ayudaba. No sabría decir qué había ocurrido exáctamente, no tenía claras las razones que esgrimió Clarise para decirle que ya no se querían y que lo que hacía era lo mejor. Estaba derrotado, más sólo de lo que lo estuvo nunca pero en el fondo, tenía claro que aquello era lo mejor. Un trazo gris, fuerte y preciso marcaba ahora la esquina más lejana de la plaza, a la que apenas llegaba nunca la luz. Las imágenes de los días anteriores le atormentaban mezclándose con aquellos moméntos mágicos compartidos durante tanto tiempo. Su mano se detenía y se dirigía decidida a las negras ventanas del edificio viejo del otro extremo de la plaza. Siempre oscuras, siempre vacías. Un "no puedo seguir así" había bastado para que él, consciente de que en su rostro se escondía algo, supiera sin lugar a dudas que aquello era el final. No discutió, apenas le dijo nada. La dejó hacer consciente de que no se podía hacer otra cosa y en el caso de que lo hiciera, sería completamente inútil. No quería envilecerse, humillarse, hacerse daño. Otra vez no. Se acabó.
Nico, el gato de los vecinos de al lado, acaba de pasar al balcón y juguetea curioso entre las patas de ese extraño aparato que antes no estaba ahí. Es un gato blanco con una única mancha negra que le coge parte de la oreja izquierda. Es joven, apenas tendrá un año y ya hace meses que se escapa de su hogar oficial y viene a éste buscando compañía. Al parecer, sus dueños, reducidos a unos pequeños ruidos a la hora de la cena y cuyas voces siempre se confunden con la sintonía del televisor, apenas juegan con él y no duda en cambiar de vivienda buscando ese entretenimiento que siempre encuentra. Dispone incluso de un sitio junto al sofá, en la alfombra del comedor en el que ahora descansan abandonados una pelota de ping-pong un poco magullada y una madeja de lana negra.

Continuará... o no. No sé.




Viva la improvisación!
Y por supuesto, buen fin de semana.

3 comentarios:

Baubita dijo...

Un gran acierto. Yn tema que me hace cerrar los ojos e imaginarme tirada en medio de algún campo, con el sol en la cara y una ligera brisa... Ayyyy... Gracias...

Lince dijo...

que bonito :)
el siguiente capítulo tiene que ser en color, que chorree color y que la vida vuelva a sonreir con su mejor vestido.
un abrazo.

kancerbero dijo...

Era la idea... O es... La verdad es que estoy como cogiendo aire para ver si le doy otro empujón a la historia en breve...

gracias.