El viernes pasado, estaba en el andén de la estación de Renfe de Martorell, esperando el tren que me llevaría a la ciudad condal, a trabajar.
Estaba yo absorto en mis cosas (como siempre) y entonces me fijé que en el andén contrario, el del tren que va en dirección contraria, había algo que no cuadraba. Había algunos viajeros esperando. Pocos. Normalmente, a esas horas hay mucha más gente que se dirije a la ciudad. Pues bien, entre ese grupo de legañosos pasajeros había uno que consiguió sacarme de mi ensoñación.
El hombre, de unos 50 y largos años, vestido con unas bermudas, una camisa de hilo de manga corta, una riñonera, unas sandalias y una gorra de "Contrucciones Grumasa", se dedicaba a caminar de un extremo a otro del andén con las manos cogidas a la espalda.
El caso, es que no se dedicaba a pasear lentamente arriba y abajo, cabilando sus cosas. Más bien, se dedicaba a recorrer con paso agitado ese tramo del andén. Era como si tuviera que recorrerlo 47 veces y nunca menos, antes de que apareciera el cercanías. Caminaba deprisa, decidido y cuando llegaba a cierto punto que sólo él conocía, daba media vuelta enérgicamente y volvía por donde había llegado.
Era una de esas situaciones en las que lo primero que piensas es "Vaya, otro tarao". Así, sin más. Gente que hace cosas raras me la encuentro a diario, les pongo mi etiqueta de "tarao" que lo engloba más o menos todo, y me quedo tan ancho.
Pero entonces caí.
Martorell está cerca de Can Brians. La prisión. Y muy a menudo te encuentras a la gente que sale de permiso de fin de semana. Especialmente los viernes, claro. Yo muchas veces me entretengo y a poco que te fijes, reconoces a muchos. Por su manera de hablar, por como miran a la gente, por el color de piel... Pero esta es la primera vez que veía a alguien caminar por el patio de una prisión ¡en la calle!
Aquello era lo que estaba haciendo aquel hombre. Después de vaya usted a saber cuánto tiempo recorriendo el patio de una prisión varias veces al día, todos los días del año, después de repetir ese ejercicio innumerables veces... ese gesto, esa costumbre se queda con nosotros.
Esto que parece una simple anécdota o algo que suponemos este hombre superará en breve, no lo es tanto.
Pensad en vosotros.
¿Qué cantidad de cosas hemos aprendido a hacer/pensar en nuestro día a día contínuo y que no concebimos dejar de hacer porque ni siquiera sabemos que hacemos? ¿Qué prisiones rutinarias de hecho o pensamiento nos encarcelan en la calle cada día?
Pensad en ello.
martes, junio 13, 2006
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3 comentarios:
Jodó, pues sí que me dejas pensando, Kancer. De hecho, este pasa a ser uno de esos post favoritos por los que preguntabas, no me preguntes demasiado la razón.
Las peores prisiones son aquellas cotidianas que ni percibimos como tales, porque de esas no sabes que quieres salir. Y ni lo intentas.
Mil besos.
Muchas gracias, señorita.
Me temía que me hubiera usted abandonado.
Me quitas un peso de encima, la verdad. ;)
Y sí. Se queda uno pensando y te echas a temblar.
Cientos de cosas, cientos de cárceles. Y se funden entre ellas hasta hacerme pensar que no tienen la más mínima importancia, aunque sean mi condena de cada día.
Precioso post.
:)
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