jueves, abril 12, 2007
Terminal Dos
En aquel café del centro de Barcelona Nivaira se sentaba a recordar. Cada vez que echaba de menos a los suyos o a su tierra lejana se acercaba a esa misma mesa en la que se encontraba ahora mismo y se tomaba un café. Despacio, sin prisa. Son tantos los que se encuentran en las calles de esta ciudad tan alejados de su vida anterior que da miedo pensar si en esta ciudad hay alguien que se sea realmente de aquí. Un crisol de viajeros que han encontrado algún tipo de oportunidad mejor que las que ofrecían a tantos kilómetros de la mesa de este tranquilo café. Sin embargo la historia de Nivaira no se parece demasiado a la del resto de emigrantes que ha ido conociendo en este último año. Los ha conocido de diferentes nacionalidades. De muchas. Tiene amigos y conocidos ecuatorianos, argentinos, peruanos, marroquís y argelinos, indios y paquistanís, chinos y coreanos... En estos dos años que hace que recorre las calles de su barrio ha conocido muchas historias diferentes de gentes que buscan una oportunidad que de otro modo no tendrían. Le encanta escuchar sus historias, su Odisea particular, esas historias que rellenan el hueco que dejó su propia huída. La historia que le gustaría vivir puesto que la suya es una historia que poco tiene de heroica y que en demasiadas ocasiones trae del brazo a la tristeza a su cama.
Nivaira nació en La Habana, protegida por una familia humilde como todas, en poco tiempo logró una plaza en la Universidad de La Habana como profesora de la Facultad de Ciencias Económicas y Contables. Apenas llevaba dos años trabajando en aquella plaza cuando conoció al que sería su marido. Juntos los buenos ratos fueron muchos, su vida era menos dura que la de muchos compatriotas y cuando se quisieron dar cuenta se estaban acercando a los 30 años de matrimonio. Fue entonces, cuando la facultad les reconoció sus esfuerzos y les obsequió a ambos con un viaje a Barcelona con ocasión de unas jornadas organizadas por la Universidad Autónoma de Barcelona.
Aquello les pareció un sueño, casi mágico. Poder salir de su pequeña isla y conocer algo de ese universo que sabían existía pero que no tenían demasiado claro cuánto se acercaba al paraíso.
Una vez en Barcelona descubrieron sitios y gentes que les llenaban, se sorprendían de mil y un detalles absurdos que les rodeaban... Les pareció que aquello era simplemente "otro mundo". Después de las dos semanas de conferencias, ya en el hotel preparando las maletas a Nivaira se la veía melancólica. No en vano volvían a aquella ciudad que tanto conocía y que tanto limitaba su vida comparándola con lo que acababa de descubrir. No hablaba de ello con Álvaro, su marido. Él era un hombre diferente, firme en sus principios y sin resquicios frente al régimen que se les imponía allá en su patria. Ella ensimismada no podía evitar echar algún vistazo al exterior de aquella habitación de hotel como intentando llevarse todo aquello con ella, en algún rincón de su pequeña y vieja maleta.
De camino al aeropuerto ella seguía con la mirada fuera de aquel taxi en el que se oía la voz de Álvaro recordándole puertas de embarque, horarios y qué harían durante la hora que tenían de escala en Madrid.
Una vez en la cola de embarque, le echó un vistazo a Álvaro que parecía algo nervioso también, le dejó a cargo del equipaje y le dijo "Espera, voy un momento al servicio".
Aquello fue todo.
No volvió a mirar atrás. Lo había decidido y sabía que no podía hacerlo de otra manera. Su marido jamás la entendería. Dejó atrás sus casi 30 años de matrimonio y sólo se volvió una vez intentando descifrar en el cielo la mirada de Álvaro desde la ventanilla de aquél avión que acababa de despegar. Lo sentía por él, por la traición pero sabía que de ninguna manera él habría aceptado todo aquello.
Aquel día volvió a empezar su vida. Su nueva esperanza. Dejó atrás todo lo anterior y empezó de cero.
Ahora, con la mirada puesta en esa taza de café, Nivaira estaba casi segura de haber hecho lo correcto.
Se levantó de la mesa, pagó su café y salió por la puerta intentando encontrar su sonrisa. Y fué en ese preciso momento en el que al levantar la mirada, a dos pasos de ella, detenido en medio de la acera estaba él. Álvaro.
- ¿Nivaira?
- A...Álvaro... ¿Cómo es posible...?
- Nivaira...
Y sin dejarlo continuar ella estalló en llanto e intentando desgranar las palabras procuraba hacerle entender porqué hizo todo aquello, porqué nunca quiso contactar con él, porqué olvidó todo lo suyo y porqué aquél día de hace algo más de un año no pudo coger aquél avión.
Álvaro superando la sorpresa, cogiéndola suavemente del brazo, la ayudó a sentarse en un banco y con una leve sonrisa en los labios le dijo con la voz pausada:
- Nivaira, yo tampoco tomé aquel avión.
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